No paramos de sufrir

La eléctrica corrida de Almirón sin que Paredes y Pereyra pudieran obstruirlo, desacomodarlo o algo; dos zagueros con la vista clavada en la pelota y sin contemplar la llegada de algún volante rival como pasó y ningún volante propio que llegara con Richard Sánchez; un cinco que sea cinco que no está en cancha por decisión del entrenador… Demasiado para que un limitado Paraguay no aprovechara y se pusiera en ventaja.

Argentina pasó de una postura inicial interesante a que el VAR le diera algo de oxígeno. En el medio, fue una versión aún más deteriorada de aquellos 65 minutos ante Colombia porque -disculpas por la obviedad- al fútbol se juega dándole un sentido a la pelota y si no la tenés, debés recuperarla lo más arriba posible para sorprender a cualquier adversario (y más todavía si ese adversario hace tiempo cada vez que puede). Nada de eso ocurrió. Lo Celso y Paredes fallaron en la recuperación y no hubo otros diques de contención. Y tampoco de generación, con acciones aisladas, gambetas en sitios absolutamente desaconsejables y una ausencia notoria de sociedades.

El ingreso de Agüero le dio más presencia y más compañía a las ganas y la bravura de Lautaro Martínez. Un Toro del que sólo se explica su salida por el golpe que recibió en el primer tiempo (así lo confirmó luego Scaloni). Con Di María y un módulo parecido al del inicio, la Selección volvió a su statu quo. Ni siquiera la sacudió la aparición de Armani en modo River, lo que tanto se le pedía al arquero. Después de un penal incomprensible de un flojo Otamendi, el 1 esperó, lo sacó y le permite a la Argentina seguir aferrada a una ilusión que roza la utopía.

BELO HORIZONTE (ENVIADO ESPECIAL).