“Sentí miedo porque creí que volvían a matarme”

Policiales.
Rompe el silencio Pedro Guerrero, compañero de Aigo la noche del crimen. Detalla el enfrentamiento que tuvieron con los guerrilleros.

Pedro Guerrero estaba junto al sargento José “Cochele” Aigo la madrugada del 7 de marzo de 2012 cuando dos guerrilleros chilenos lo asesinaron. Guerrero nunca quiso hablar, salvo en el expediente y en el juicio. Hoy, a 8 años de aquel homicidio a quemarropa, rompe el silencio y brinda detalles del procedimiento que realizaron esa noche.
La carrera de Guerrero está atravesada por enfrentamientos armados con delincuentes. Ni bien arrancó en la Policía, estuvo destinado a Cutral Co, donde en un tiroteo dos compañeros resultaron heridos, luego mataron a Aigo y posteriormente participó en otro hecho más en el que controló mejor la situación por las experiencias anteriores.
“Cuando ocurrió lo de José, no estaba en condiciones de hablar con nadie. Estuve un tiempo con tratamiento psicológico”, recuerda el hoy subcomisario Guerrero, que está a cargo de Tránsito en Zapala.
“El estar inactivo me afectaba más, porque era darle vueltas a la cosa una y otra vez. En la primera semana estuve casi tres días sin dormir y con medicación. Después fue bajando la adrenalina, fui a declarar dos veces”, detalla sobre los días que siguieron al crimen del sargento.
La noche maldita
El recuerdo de esa noche comienza con una especie de reproche que se hace Guerrero, quien conducía la camioneta Ford Ranger doble tracción en la que hacían la recorrida nocturna. “Por ahí, esa noche tendría que haber cambiado de camino, porque hacíamos otro, pero esa noche justo elegimos ese. Son cosas del destino”, afirma, y a la vez agrega: “Fue una mala casualidad para nosotros y para ellos que nos encontráramos esa noche”.
En una camioneta Mitsubishi doble cabina color blanca venían Juan Marcos Fernández, hijo del intendente de San Martín de los Andes en ese entonces, Jorge Antonio Salazar Oporto de acompañante y Alexis Alfredo Cortes Torres atrás.
“Ellos se sorprendieron cuando nosotros les hicimos el procedimiento. Ese día, ellos venían de Bariloche tras buscar a Salazar Oporto y habían esquivando las zonas de cámaras de seguridad. De hecho, el puesto de Tránsito en la entrada de Junín –sobre la Ruta 40- lo pasaron rápido y por celular nos avisó un compañero”, cuenta Guerrero, y dice que no les llegó el mensaje porque ya estaban en una zona sin señal más allá del río Malleo.

Procedimiento y tiroteo
“Volvíamos de Pilo Lil y vemos las luces de un vehículo, pero como era una zona de curvas y contracurvas nosotros sí lo habíamos visto, pero ellos no, así que teníamos el efecto sorpresa. Estacioné la camioneta al costado de la banquina a unos 30 grados”, describe el subcomisario.
Cuando el vehículo de Fernández enfrenta la parte recta, le prenden las balizas y se detienen.
La Mitsubishi quedó a cinco metros del móvil policial, que por procedimiento se deja en marcha y con el conductor al volante, esto era porque la experiencia les dictaba que cuando bajaban los policías para hacer el procedimiento, los vehículos arrancaban y se daban a la fuga.
“Con José hacía tres años que trabajábamos juntos, así que nos entendíamos. Él se baja, va hasta la parte del conductor, pide la documentación y se dirige a la caja de carga y al ver que transportaban mochilas, José me hace un muñequero con la linterna y yo advertí que me necesitaba”, cuenta el uniformado.
Guerrero baja con un arma larga calibre 1270 con postas de goma y pasa por al lado de Aigo, quien le muestra la documentación de Fernández. “Como vio que era de San Martín, pensó que yo lo podía conocer, pero no lo conocía”, recuerda.

Ahí Guerrero se para a unos cuatro metros de la caja de la camioneta y descienden Fernández y Cortes Torres. Luego lo hace Salazar Oporto.
“Me llamó la atención que ninguno de los tres llevaba prendas camufladas, que es de manual en el caso de las personas que hacen caza furtiva. Pero estaban de jean y Fernández con una onda hippie”, da cuenta el subcomisario.
Cuando exhiben las mochilas, encuentran una antena de un equipo de comunicación y la funda de un arma corta, esto los alerta de que podían estar portando un arma y comienzan a buscarla en la cabina.
“José revisa el lado del conductor y atrás, pero no encuentra nada, por lo que rodea el vehículo para requisar el lado del acompañante”, detalla.
En esa caminata Aigo les pregunta si traían armas. “Hasta ese momento para nosotros podía ser un caso de caza furtiva o abigeato, jamás nos imaginamos lo que iba a pasar”, confiesa el policía.
Guerrero cambia su posición, moviéndose hacía su costado para proteger la espalda de su compañero durante el procedimiento.
Salazar Oporto estaba parado al lado de la camioneta, del lado del acompañante, pero tenía la mirada fija en Guerero. “Después me enteré de que era instructor de tiro y entendí que me miraba porque conocía las capacidades de las armas”, recuerda el uniformado.
Aigo continúa la revisión y se fija en la parte de adelante del habitáculo, del lado del acompañante. De imprevisto, cuando Cochele estaba buscando debajo del asiento, Salazar Oporto le dispara de arriba.

A Guerrero el primer impacto lo sorprende y retarda su reacción. Son milésimas de segundos. Oporto dispara de nuevo a un Aigo que, malherido, ensaya una maniobra defensiva con su brazo que es impactado. Sin tiempo a sacar el arma, Cochele corre, pero cae boca abajo, a metros, detrás de la caja de la Mitsubishi.
En simultáneo, Oporto abre fuego contra Guerrero, que se arroja a la banquina y saca el arma reglamentaria. En el arrebato de nervios por repelar la agresión, salvar su vida y proteger al compañero, hasta se le cae un proyectil. Luego, carga y abre fuego. Hubo un tiroteo, pero Oporto y Torres se dan a la fuga.
“Fernández se asusta y le ordeno tirarse al suelo. Corro hasta donde está José, lo veo por la luz de su linterna. Lo doy vuelta, está consciente y me dice: ‘Pedro, estoy mal’”, recuerda Guerrero como si fuera ahora.
En medio de la oscuridad cada segundo era valioso. “Termino de esposar a Fernández y veo que me empiezan a disparar, y ahí sentí miedo porque me estaba quedando sin municiones y daba la sensación de que venían a matarme”, detalla el oficial.
Como Guerrero ya no tenía municiones, saca el cargador del arma de Aigo, que agonizaba sobre la tierra, y ejecuta un par de disparos.

“Cuando vi que cesaron, llevé a José al móvil, lo cargué en el lado del acompañante y le ordené a Fernández que subiera atrás. Antes de salir, le saqué la llave de la Mitsubishi. Luego puse la doble tracción y manejé 50 kilómetros a la zapatilla, en una ruta que era toda de tierra. Cuando tuve señal de radio avisé que iba con policía herido, y a la altura de la estancia Palitué llegó la ambulancia y lo traspasamos”, recuerda Guerrero, que en el camino le consultó a Fernández sobre los asesinos. “Me dijo que no los conocía, pero cuando iniciamos el procedimiento yo les vi ciertas miradas de complicidad, como de que se conocían”, describe.
Fernández quedó detenido en la comisaría de Junín y a los 40 minutos lo trasladaron a San Martín. Guerrero debió entregar el arma, de acuerdo con las medidas de rigor.

“Al criminalístico, todavía estando en shock, le hice un relato de lo ocurrido, cuáles fueron nuestras posiciones, desde dónde le tiraron a José, desde dónde disparé, y cuando se trasladaron al lugar del hecho pudieron comprobar todo lo que conté”, sostiene Guerrero, y dice que al mes, aproximadamente, volvió a la escena del crimen.
Hoy, el subcomisario confía en que en algún momento van a capturar a los guerrilleros.
Compañeros de trabajo
“Con José trabajamos juntos tres años y hacíamos un buen equipo. Nos conocíamos de la zona, porque yo soy del paraje Lolog, San Martín de los Andes, con mucho conocimiento de lo que es el campo y la zona de cordillera”, narra Guerrero que por aquel entonces era oficial principal.

“La brigada rural trabajaba principalmente durante la noche donde se recorrían las distintas rutas internas en busca de cazadores furtivos y abigeato. Hacíamos procedimientos donde se encontraba también droga, pero lo derivamos de inmediato a Gendarmería Nacional y la Policía Federal”, detalla el Guerrero que estuvo en Junín de 2010 hasta agosto de 2012 cuando le asignaron otro destino.
Respecto de José, recuerda que “era muy humano, se ocupaba mucho de atender a sus padres que viven en la Pampa del Malleo – a unos 15 kilómetros del puesto de control de tránsito del ingreso a Junín- Él iba y le buscaba los impuestos para pagárselos y llevarle cosas. Siempre estaba al tanto de los deberes de hijo con sus padres, por eso entiendo lo que representa para ellos la ausencia”, dice Guerrero que luego larga una definición de Aigo en pocas palabras: “Con Cochele te manejabas con la palabra, eso era un contrato”, costumbre casi extinta en la actualidad.

Fuente: Guillermo Elia – policiales@lmneuquen.com.ar /LaMañanadelNeuquen