“Fridamanía”: más de 12 mil personas fueron al Malba a ver la obra de la artista mexicana
La muestra se ha transformado en un imán irresistible que convoca a unos 2.000 visitantes diarios, atraídos por el magnetismo de Frida Kahlo, que convirtió en arte los hitos dramáticos de su vida. “Tercer ojo”, la flamante exposición del Malba, reúne más de 240 obras icónicas latinoamericanas.
Desde que abrió al público el viernes pasado en el Malba la muestra que pone en diálogo por primera vez las obras de Frida Kahlo “Autorretrato con chango y loro” -integrante del acervo fundacional del museo- y “Diego y yo”, el millonario cuadro que adquirió el año pasado el fundador del espacio Eduardo Costantini, la exposición se ha transformado en un imán irresistible que convoca a unos 2.000 visitantes diarios, atraídos por el magnetismo de la artista mexicana que convirtió en arte los hitos dramáticos de su vida.
“No solemos venir a inauguraciones porque se llena pero esta vez, como es el último retrato que Frida pintó y va a permanecer expuesto acá durante un año, nos pareció que significaba asistir a un momento único”, cuenta Belén Falcone, estudiante de arte la Universidad del Museo Social Argentino, que junto a su amiga Antonella Bonanata, avanzan lento en la larga fila que las separa de la meta soñada: los dos autorretratos de la artista mexicana que, según confiesa, la interpela desde incluso antes de empezar la facultad. Decidieron venir un miércoles porque son los días en que el museo ofrece la entrada general a mitad de precio, mientras que los estudiantes, docentes y jubilados con acreditación pueden ingresar gratis.
Ya en la sala, las amigas debaten sus impresiones sobre la muestra. “Si se estudia a fondo a la artista y se va más allá de toda la banalización a su alrededor, su obra es muy profunda y uno puede empatizar y conectar con las cosas malas que le pasaron”, coinciden. No es casualidad entonces que al ingresar el espectador se encuentre un texto que retoma la voz de la artista luego de sufrir un accidente vial que la obligó a permanecer cerca de nueve meses en cama. “Así como el accidente cambió mi camino, desde entonces mi obsesión fue recomenzar de nuevo pintando las cosas tal y como las veía, con mi propio ojo y nada más”, dice Kahlo.
“Diego y yo” marcó un nuevo récord para el arte latinoamericano en noviembre del año pasado cuando Eduardo F. Costantini, fundador del museo, la adquirió para su colección personal. La obra fue pintada por la artista antes de su muerte en 1954 y en ella aparece el rostro de su marido, Diego Rivera, como un tercer ojo que evoca la obsesión y el sufrimiento de la artista por la relación apasionada y turbulenta que mantenía con él.
El cuadro, que se exhibe en la sala Silvia N. Braier, forma parte de “Tercer ojo”, la flamante exposición del Malba que reúne más de 240 obras icónicas del arte latinoamericano de artistas como Tarsila do Amaral, Xul Solar, Joaquín Torres García, Emilio Pettoruti, Maria Martins, Remedios Varo, Antonio Berni y Jorge de la Vega, entre otros. Allí también está presente la otra obra de la pintora que pertenece al acervo del museos desde su fundación: “Autorretrato con chango y loro”.
“La idea de ‘Tercer ojo’ está inspirada en esta nueva obra de Frida Kahlo, una adquisición de Costantini, pero también nosotros tomamos este significado del tercer ojo para hablar de la clarividencia, de la visión del coleccionista”, explica a Télam la curadora María Amalia García.
El recorrido por la sala donde se expone la pieza “Diego y yo” (el último autorretrato pintado por la artista mexicana) comienza con la consigna “Transformar la vida”. La propuesta alude no solo a los dos grandes núcleos de la exposición -“Habitar y transformar”- sino también a la idea de “transformación” que está “muy ligada a la figura de Frida Kahlo, tanto por su transformación física como su capacidad de resiliencia para transformar el dolor”, precisa la curadora.
Uno de los módulos ubicados en la sala contiene fotografías en blanco y negro de la pintora mexicana que la muestran en su Casa Azul ubicada en Coyoacán en México, recostada en una cama de hospital pintando “Árbol genealógico” o junto a amigos reconocidos dentro del campo artístico como André Breton, fundador del surrealismo.
Desde su apertura al público el pasado viernes, unas 12.000 personas ya visitaron la muestra. En algunos casos, son personas que habitualmente no concurren a exposiciones de arte pero que se reconocen fascinadas o intrigadas por el fetichismo que despierta la artista mexicana. Ignacio tiene 30 años y es una de las primeras veces que va a un museo: “Medio que fuimos por toda la publicidad que había alrededor de de la obra de Frida, que era la más cara de Latinoamérica y todo lo generado alrededor. Nos pareció que podía ser un buen plan”, dice a Télam.
El joven detalla la dinámica que organiza los recorridos para agilizar el tránsito de visitas en la zona donde se exhiben las dos obras de Frida. “Te hacen entrar por grupos de a 10 personas más o menos al espacio donde se está exhibiendo con una aclaración previa de que no podés pararte a leer, sino solamente sacar fotos a los textos y leerlos después. Te dejan como mucho dos minutos”, explica.
Si bien es cierto que muchos abrevan en la monumental construcción atraídos por las creaciones de la artista mexicana, la muestra integral ofrece múltiples atractivos que se ramifican en los distintos temas que deja entrever esta sinergia entre la colección del museo y la que pertenece en exclusividad a Costantini, que indaga en cuestiones sobre cómo habitar la tierra o la ciudad y cómo se transforma la realidad, el cuerpo, la vida y la muerte.
La oscuridad de la sala contribuye a generar una relación cercana del público con las obras. Solo una luz tenue ilumina los cuadros desde arriba. “Si estuviera en una sala más grande, no se generaría una conexión tan íntima con sus piezas, con su archivo. Lo que permite este recinto es que el público se conecte de una manera más directa con los elementos. Aunque uno tiene que hacer la fila, dentro de todo, el momento en que entras es de mayor plenitud”, sugiere la curadora.
Durante el recorrido, los visitantes se toman fotos sin flash con los cuadros o se acercan a las vitrinas para poder admirar los elementos de cerca. Una mujer pasa las manos por el módulo que contiene una blusa roja con flores blancas bordadas a máquina que fue de uso diario de Frida. Lo hace como si pudiera tocarlo y, luego, quien la acompaña le saca una foto donde queda capturada la “fridamanía”.
Otra de los objetos de la artista es un pañuelo blanco que fue dedicado a Isabel Campos (su mejor amiga) como regalo de bodas en 1953. La tela tiene impresa los labios de Kahlo. “El estar cerca de los objetos de Frida genera todavía más fetichismo, claramente acá tenemos que usar esa palabra, que sus propias obras”, reflexiona la curadora.
Al salir, un nuevo texto invita al público a reflexionar sobre la idea de “transformar la muerte” desde la postura de Kahlo. “Ella, embebida en un pensamiento vinculado a cómo se concebía la muerte en las tradiciones americanas, no la entendía en un sentido occidental sino desde un punto de vista cíclico, de un eterno retorno y una perpetua vincularidad entre muerte y vida”, explica García.
“La vida de Frida es apasionante porque está atravesada por situaciones muy dramáticas y hay muchos condimentos que hacen que la historia levante mucho vuelo: el vínculo complejo con Rivera, la situación del accidente y cómo ella trató temas tabú en su momento (como por ejemplo el placer sexual de la mujer, la infertilidad, el aborto) que recorren su producción y que ella los expone en una época donde era más sancionado”, conjetura sobre el fanatismo que despierta la obra de Kahlo y su figura.
Además, la curadora destaca el mensaje de la artista mexicana: “Frida también nos deja como mensaje la capacidad de resiliencia, de sobreponerse a la adversidad. En una de las fotos que se exhiben, ella está acostada en el hospital pero está pintando su corsé y está peinada. Habla de su apuesta a la vida”.
“Tercer ojo” también despliega piezas artísticas bajo títulos como “Transformar lo social”, “Transformar la realidad”, “Transformar el dispositivo” y “Transformar el cuerpo”. Cada una de las salas reúne obras que evocan las distintas transformaciones pero todas se encuentran atravesadas por el arte latinoamericano que despliega una amplia gama de técnicas y colores.
La sala que indaga en la propuesta “Transformar lo social” hace prevalecer lo urbano y, allí, se destaca la obra de Pablo Suárez, un pintor y escultor argentino. En este espacio también se ubica el cuadro icónico de Antonio Berni, “Manifestación” de 1934, que representa una manifestación donde un hombre sostiene un cartel con la consigna “Pan y trabajo”.
Otro eje de la exposición es el concepto de “Habitar” que se despliega en diferentes salas como “Habitar la ciudad”, “Habitar el tránsito”, “Habitar la tierra”, y también “Habitantes vernáculos” y “Habitantes afrodescendientes”. En “Habitar la tierra” abundan los colores verdes, naranjas, amarillos y celestes. La obra “Hidrofilia intercontinental” de Nicolás García Uriburu, por ejemplo, muestra ríos que se destacan por su color verde estridente.
“Es importante que esta obra se encuentre en el Malba porque atrae a una gran cantidad de público que a lo mejor se moviliza por Frida pero no por otra muestra. Entonces, me parece que al venir, permite que vean otras cosas -analiza García- Lo importante es esa dinámica de que ‘una cosa te lleva a la otra’ y permite reconectarnos luego de la pandemia y visitar el museo para que sea un espacio de disfrute y aprendizaje.
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