Amenazas a periodistas: un cartel que interpela y vuelve a correr límites
Rosario, Santa Fe.- Análisis de un mensaje que anticipa un futuro más áspero, en una ciudad que vio estallar en poco tiempo muchas formas de violencia
Efectivos policiales descuelgan la amenaza con el cartel anónimo que apareció en Canal 5.
¿De qué habla el trapo que amenaza con matar a periodistas que colgaron frente a Canal 5? ¿A quiénes concierne como destinatarios? ¿Qué lo motiva exactamente? Difícil entregar respuestas específicas cuando no se sabe quién lo hizo. Pero si algo puede decirse es que, en una comunidad que en un tiempo breve vio estallar a todas sus formas de violencia, esto es un nuevo signo de bordes corridos.
Esto no pasa en cualquier tiempo ni lugar. Pasa en una ciudad donde se dieron recientemente expresiones de violencia incomparable a otras del país. En la misma donde acribillaron a balazos la casa de un gobernador, tirotearon edificios del Poder Judicial, les dispararon varias veces a abogados penalistas, balearon un restaurante donde comían cien personas, atacaron el Concejo Municipal, amenazaron a fiscales, le dieron seis tiros a un policía en un control de rutina. Donde hay chicos que matan a los 14 años pero más reiteradamente que mueren. Donde el negocio de las extorsiones armadas se multiplicó sobre comercios muy diversos generando una lógica de ingresos rentable y de enorme fluidez.
Todo eso implica una significativa novedad cultural que una ciudad aturdida cada vez por una piña nueva no termina de procesar. En un circuito de violencia cotidiana y anónima estos episodios elevaron las cotas de lo esperado como las marcas de una inundación. Aquí no hay sangre, ni disparos, ni detenidos. Pero sí hay un mensaje sobre lo que no es caprichoso presumir como venidero. Un mensaje verosímil sobre un futuro más áspero.
En su escueta e imprecisa dimensión enunciativa el cartel advierte a quienes ensucian y condenan con la lengua. Hay una referencia ambigua pero clara al trabajo de informar. ¿Cómo se informa? La pregunta que es incómoda, más en esta coyuntura, no debe dejarse de lado. Pero desde mucho tiempo el reaseguro de los grupos que en Rosario tienen controladas sus zonas es que nadie hable de lo que pasa en ellas. Es un mecanismo de dominación que también ejercen sectores de poder no asociados con el delito para que no se toquen sus intereses. El cartel frente a Canal 5 vuelve a plantear que si no se quieren correr riesgos mejor callarse la boca.
Lo que muestra ese cartel es que el destinatario es la zona más frágil de los medios: el trabajador de prensa. Los periodistas que cubren hechos violentos están a la fuerza habituados, se lo dice sin aceptación, a sufrir solitariamente sus empujones. Todas las semanas un periodista vuelve a la Redacción y cuenta cómo fue corrido de tal barrio, cómo lo amenazaron para que se fuera, el miedo que sintió cuando tocó una puerta para buscar una historia. Es parte del oficio pero no lo es. Un dilema difícil. Dar cuenta de lo que pasa en las calles es imprescindible para la comunidad y para los que diseñan las políticas públicas. Es común que un cronista de calle le cuente a un dirigente político qué pasa o qué averiguó en tal barriada. Ahora, ¿cuál es el precio que debe pagarse? Nadie quiere pagar un alto costo. Pero nadie sabe nunca a la vuelta de qué callejón está el riesgo que jamás se pagaría.
El periodista Andrés Abramowski escribió ayer en este diario que durante el primer semestre de 2022 ya habían asesinado en Rosario a más mujeres, niños y adolescentes que en cualquier otro año de esta década, y que esos números siguieron creciendo notoriamente los meses siguientes. ¿Qué significa un trapo con una amenaza al lado de eso? Simplemente una corroboración de lo duras que pueden seguir siendo las cosas. Y de una diferencia sutil que implica otro borramiento de límites.
En una charla espontánea en la Redacción alguien recordó que no hay quien pueda moderar todos los riesgos que involucra el trabajo periodístico. En un extremo desafiante Arturo Pérez Reverte lo puso una vez claro a propósito de ciertas quejas de familiares españoles de corresponsales de guerra. “Si marchas a la guerra tienes que aceptar -dijo sin buscar aplausos- que te rompan el ojete”. El asunto es: ¿estamos en guerra en Rosario? Y acá surgió, también en la Redacción, una discordancia. No estamos en una guerra convencional pero sí en una ciudad con sus costuras rotas por el narcotráfico, por la falta de trabajo formal, por una inflación desbordante, por una pobreza que sube y baja en torno del 40 por ciento.
El cartel por tanto no implica algo más grave que todo lo que está escrito que ocurre. Que los aprietes que vive el periodismo cuando va cada día a los barrios y lo que viven los vecinos que allí están y allí se quedan. Pero anuncia una posibilidad, y ante esta posibilidad no deberían dejarse las cosas como están. Frente a la violencia, las instituciones y la política no han sido capaces de articular un accionar y un lenguaje claros. Este trapo sí tiene un lenguaje claro. Y como sociedad civil no es útil hacer como si no existiera. El cartel sirve para hablar de las fragilidades, de las soledades, de los dolores, de las deudas pendientes, de las diferentes contribuciones posibles según el poder económico y simbólico de cada uno. Del necesario y enorme trabajo por hacer que tenemos por nuestra ciudad.
Fuente: lacapital.