La Invicta…!
Algunas nuevas investigaciones, dirán que la historia no es cierta. Que es producto de una carta apócrifa, sin sustento histórico. Te dirán que es un invento ésta historia, y que sus verdaderas creadoras, fueron un grupo de Hermanas de la Caridad.
Puede ser que tengan razón.
Pero puede ser que esa historia que muchos aprendimos de niños, sea real. Ojala así lo sea.
La Historia comienza en la noche de Navidad de 1816. En una Cena de Nochebuena en la Casa de la Familia Ferrari, en la bella Mendoza. Allí, estando el General San Martín presente, junto a sus oficiales y a renombradas familias patriotas mendocinas, éste lanza un desafío difícil de cumplir. Explica que ya su Ejército de los Andes ya estaba casi listo para el “vámonos”. Pocos detalles faltaban terminar para esa formidable máquina libertadora, a excepción de algo fundamental: el Ejército aún no tenía bandera…
Es por eso que a las Damas Mendocinas presentes, les lanzó el desafío de que confeccionaran una Bandera, según sus precisiones, Bandera que se elevaría por las alturas de los Andes, y allí donde los brazos hercúleos del yapeyuano la hicieran flamear, allí los pueblos serían libres.
Varias damas presentes aceptaron el desafío. Desafío complicado, porque los tiempos eran acotados. El General pidió que debía estar lista para el 5 de enero, víspera de los Santos Reyes…
Don José describió como debía ser aquel paño sagrado. Dijo que debía tener en su centro los laureles del triunfo, el olivo de la paz y el trabajo, el sol naciente de una nueva nación, el gorro frigio de la libertad, y las manos dadas en la fraternal unión, indispensable para los americanos, si es que realmente deseaban subsistir.
A la cabeza de aquel grupo de mujeres, estaba Laureana Ferrari, hija de esa gloriosa familia mendocina. Apenas quince años tenía la pequeña, cuando encabezó aquella tarea titánica, tan escasa de tiempo.
A Laureana se le sumaron Dolores Prats de Huisi, patriota chilena exiliada en tierra mendocina, perseguida por los realistas. También estaban Margarita Corvalán y Mercedes Alvarez. Entre todas, distribuyeron las tareas, unas irían a buscar la seda celeste y blanca del fondo, y otras los hilos de colores, verde, azul, rojo y oro.
No hubo tienda de la pequeña Mendoza que no haya sido visitada, aunque con poca suerte. Consiguieron un trozo de seda, pero de un azul muy subido. Lo llevaron a la vista del General, y éste les dijo que era muy oscuro. Él quería un celeste, como el color del cielo.
Una mañana temprano, llamó a la puerta de los Ferrari, Doña Remedios Escalada. La única muchacha despierta era Laureana. Y ambas, tenían casi la misma edad, salieron a las calles a buscar los paños faltantes.
Anduvieron dando vueltas toda la mañana, sin suerte. Esa tela de color celeste, les era esquiva. Hasta que, casi de casualidad, pasaron por una calleja, llamada “del Cariño Botado”. Y allí, en una pequeña tienducha, consiguieron el trozo de celeste necesario. Y aunque no era seda, sino sarga, las muchachas compraron el trozo de tela, que se convertiría en Símbolo de Libertad e Independencia.
Corriendo se fueron hasta la casa de los Ferrari, y allí no más, Remeditos se puso a coser los dos paños obtenidos, el blanco para arriba, el celeste para abajo.
Aquellas mujeres patriotas trabajaron días y noches, bordando y cosiendo aquel paño glorioso. ¡Recibieron ayuda, como no! Como cuando vino Estanislao Soler una noche, y hábilmente dibujó los brazos y manos entrelazadas que debían sostener el gorro frigio.
La Capitana de esa empresa era la pequeña Laureana, y sus quince años.
Luego de mucho trabajo y esfuerzo, aquella bandera vió la luz. Eran las dos de la mañana del día 5 de enero de 1817, fecha tope que les había impuesto el General a aquel grupo de mujeres.
Y así, al amanecer de aquel día, Don José se dirigió a la Iglesia Matriz de Mendoza, y tomando la bandera recién terminada, la presentó al Pueblo Cuyano. Era el nacimiento a la faz de la tierra, de la Invicta Bandera de los Andes.
La pobre Laureana,. no pudo observar la consagración de esa bandera que tanto le había costado. Aquel esfuerzo la agotó, y amaneció enferma ese 5 de enero.
Quince años tenía la bordadora de la Bandera de los Andes. Dieciocho cuando se casó con el Coronel Manuel de Olazábal, y cincuenta y tres cuando escribió una carta, contando los detalles de aquella maravillosa empresa que fue el bordado y confección de la Bandera de los Andes.
Algunos dicen que aquella carta es apócrifa. Nosotros preferimos creer que es cierta. Tan cierto como el amor de aquellas mujeres, por la Patria Naciente.
Fuente: Granaderos Bicentenario