Con la satisfacción de haber dado todo, algunos brigadistas y voluntarios regresan a sus hogares

Doce días. Doce jornadas de humo en los pulmones, de ceniza en la piel, de un sol inclemente que no distinguía entre el cielo y el infierno en la tierra. Doce días de lucha contra un enemigo que no da tregua, que devora bosques milenarios, que avanza con la ferocidad de una bestia hambrienta.
Dieciocho hombres regresan hoy a casa. No son brigadistas, son policías, voluntarios, hombres y mujeres que dejaron sus hogares, sus familias, sus rutinas para responder al llamado de la tierra que ardía. No lo hicieron por reconocimiento, lo hicieron porque en su pecho late la sangre de la Patagonia, porque sus raíces están en estas montañas y en estos bosques que los vieron crecer.
Sus manos vuelven marcadas por el fuego, sus ojos guardarán por siempre el reflejo de las llamas y el cansancio.. Pero en su andar hay orgullo, hay una satisfacción silenciosa de haber dado todo, de haber peleado por lo que aman.
En sus pueblos, en sus ciudades, los esperan abrazos, lágrimas, familias que los recibirán con alivio y con gratitud. Pero ellos saben que el fuego nunca dejará de estar presente, que la tierra herida tardará en sanar. Que quizás en el futuro, el bosque los vuelva a llamar. Y que, sin dudarlo, VOLVERÁN.
A quienes se quedaron, FUERZA, que en equipo, saldremos victoriosos.